Hace ya tiempo que escucho podcasts, pero no fue hasta hace un par de años que el formato terminó de engancharme. Lo prefiero al vídeo porque te deja más libertad y puedes escuchar cada programa mientras llevas a cabo otras actividades. Además, para mí tiene algo de romántico; no en el sentido amoroso del término sino en el de la nostalgia de los programas radiofónicos: llega el sonido a través de una voz sin rostro, con sus inflexiones, sus silencios, sus instantes de duda, sus emociones… Quizás sea ese anhelo del tiempo pasado, de romper con una sociedad donde el estímulo visual es omnipresente y lo «ensucia» todo, donde ya no escuchamos. Donde, lejos de la idea de que «una imagen vale más que mil palabras», las imágenes ya no valen nada porque son mentira.

Pero volvamos al asunto del podcast, que me pongo demasiado dramática y no es la idea con la que vengo aquí, hoy. El caso es que siempre he sido muy curiosa y el conocimiento por sí mismo me gusta mucho, así que mis intereses son bastante amplios. De modo que cuando descubrí que las charlas TED en español se editaban también en versión podcast, no lo dudé: le di al botón de «Seguir» en ese mismo momento. Confieso que no todos los programas me interesan y en ocasiones hago scroll hasta encontrar un título que llama mi atención, pero he descubierto grandes profesionales y disfrutado con temáticas diversas. Y he de reconocer que el hecho de que todos ellos sean de habla hispana, independientemente de sus orígenes, me produce un poquito de orgullo y me ayuda a combatir el injustificado complejo de inferioridad frente a culturas que dedican muchísimos más recursos a la investigación y a la creación de conocimiento. No son pocas las ocasiones en las que me pregunto qué ocurriría si nuestros países nos apoyasen un poquito más, evitando la sangrante fuga de talentos hacia lugares que les valoran, si no en su justa medida, al menos mucho más que sus propios gobiernos.

¡Pero bueno! Otra vez me pongo a divagar y me alejo de mi objetivo de hoy…

El caso es que hace no mucho encontré el podcast de Jorge Drexler titulado «Música, poesía e identidad» y de inmediato me llamó la atención. Lancé la reproducción, ¡y ya lo he escuchado tres veces e incluso he visto la versión en vídeo! Me gustó tanto que en cuanto tuve la idea de crear el espacio «Musicados recomienda», este programa estuvo en el top five de mi lista de recomendaciones. Ahora, aprovechando que acaban de otorgarle el premio «El ojo crítico Iberoamericano 2020», de RTVE, no podía ser mejor momento para animarte a escucharlo.

Jorge Drexler es un cantante, compositor, actor ¡y médico! de origen uruguayo. Su obra es prolífica y está llena de grandes éxitos. Entre ellos, es probable que el más conocido sea «Al otro lado del río», canción incluida en la película «Diarios de motocicleta», de Walter Salles, que le valió el Óscar a la Mejor Canción Original. Sus letras reflejan aquellas cuestiones que le ocupan y le preocupan y que comparte con buena parte de la sociedad del presente. En ese aspecto, Drexler es un magnífico exponente del cantautor, tradición que enraíza con la figura del trovador medieval.

Precisamente, su charla «Música, poesía e identidad» nos sumerge de lleno en el hecho de que, al menos en materia cultural (por no irnos más lejos y correr el riesgo -o la suerte-, de iniciar una discusión que podría resultar la mar de interesante), todos somos hijos de una misma idea que, discurriendo por caminos diferentes y experimentando diversos mestizajes, deriva en tradiciones bien diferentes que cada pueblo identifica como propias y distintivas. Es un viaje precioso, realizado con el máximo respeto, la mayor delicadeza y, como suele ser habitual en él, la mejor música.

Comienza contando la historia de la «Milonga del moro judío» y su periplo personal a través de la décima española, un tipo de verso inventado por Vicente Espinel en 1591. Conocer esta rima y sus múltiples variantes latinoamericanas le hizo cuestionarse acerca de la milonga, uno de los ritmos más tradicionales del Uruguay. Todo esto, junto con su experiencia personal y su particular sensibilidad hacia la empatía como una de las capacidades más necesarias del ser humano, dieron como resultado la canción que nos regala al final de su presentación. Los versos del estribillo, originalmente escritos por Chicho Sánchez Ferlosio, fueron para él un obsequio de Joaquín Sabina.

Yo soy un moro judío
que vive con los cristianos.
No sé qué dios es el mío
y quiénes son mis hermanos.

Espero que disfrutes tanto como yo lo hice:

María Setuain Belzunegui. 2021 Licencia de Creative Commons Reconocimiento-No Comercial-Sin Obra Derivada 4.0 Internacional.

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